miércoles, 16 de julio de 2008

Estamos muertos, ¿o qué?



Mark Goldblatt tiene un impresionante currículum como montador (desde filmes de Joe Dante como Piraña o Aullidos a los dos Terminator, Rambo: Acorralado Parte 2, Razas de noche, Mentiras arriesgadas, Commando...). Como director, sin embargo, debutó con este filme para dirigir posteriormente la penosa "The Punisher" con Dolph Lundgren... y nada más. La presente película, rodada en 1988, es uno de esos filmes de finales de los ochenta que produjo New World, la productora de Roger Corman, tan deficientes como divertidos. El presente solo destaca por tener una ficha técnica un poco por encima de la media: así, el desaprovechado Treat Williams, secundario en la obra maestra de Leone "Érase una vez en América" y protagonista de una cinta injustamente olvidada, al menos por estos lares, de Sidney Lumet "El príncipe de la ciudad" sobre la corrupción policial y los peligros de la lealtad/traición hacia los compañeros, interpreta aquí a un policía serio, formal y discreto, de elegante vestuario, Roger Mortis. Es todo lo contrario que su compañero, Doug (Joe Piscopo, salido del programa Saturday Night Live) un tipo mal hablado, rudo, inculto y que viste más como un matón que como un policía.
Los dos investigan una serie de inverosímiles robos, donde los ladrones, atracando siempre en parejas, irrumpen a tiro limpio en bancos y joyerías y se llevan el dinero y las joyas sin que nadie pueda detenerles. La banda ha sido denominada por la prensa "Toma el dinero y corre" y las pistas sobre ellos son escasas. En un alucinante tiroteo, Roger y Doug eliminan a dos de los ladrones, y más tarde la forense policial, Rebeca Smithers, antigua novia de Roger, les llama para decirles que los dos atracadores ya estuvieron antes en el depósito... como cadáveres, e incluso tienen realizada la autopsia.
Un extraño producto hallado en la piel de los cadáveres lleva a la pareja a un complejo farmacéutico donde aparentemente, todo es normal, pero durante una visita por el centro, Doug se cuela en una sala donde un enorme monstruo le ataca. Durante la lucha susbsiguiente, Roger queda atrapado en una cámara descompresora que priva al organismo de oxígeno, y muere asfixiado. Cuando Rebeca llega al lugar de los hechos, descubre en la sala donde Doug luchó con el monstruoso zombie, una máquina capaz de revitalizar los tejidos y reanimar a los muertos. Roger será resucitado, pero con malas noticias: se descompondrá en doce horas, muriendo, esta vez definitivamente. Los dos policías aprovecharán este lapso de tiempo para intentar descubrir a su asesino.
La película reúne todos los tópicos de las "buddy movies" de la época: los dos amigos radicalmente opuestos, pero que trabajan bien juntos, el compañero policía chulo y altanero que no les cae bien, el jefe de policía gruñón, pero que en el fondo sabe que "nuestros héroes" son buenos policías, el antiguo interés amoroso del protagonista, o incluso la "mujer fatal" y misteriosa, aquí Randy James (Lindsay Frost) que conoce todo lo que está sucediendo.
Vincent Price, en una interpretación lamentablemente cortísima, interpreta a un multimillonario supuestamente fallecido, Arthur P. Laudermilk, que es en realidad el inventor de la máquina de la resurrección. Darren McGavin interpreta al jefe de forenses, que desde el primer plano en el que aparece, cualquier espectador se da cuenta de que sabe más de lo que dice.

La máquina de la resurrección en pleno apogeo

Los zombies del filme son muertos devueltos a la vida que pueden recibir toda clase de heridas sin inmutarse, y que se pudren con el tiempo. Es interesante que la mayoría sean grotescamente mutantes, pero Mortis no experimente una transformación tan acusada (se le cae la piel, y poco más). Muy recordados por los aficionados que solían pescar estas películas en el videoclub o en televisión, son los momentos más desmadrados, como la visita de la pareja de policías a un restaurante chino, donde el dueño resucita a todos los animales que tiene en su carnicería, o cómo determinado intérprete se descompone rápidamente ante los ojos de Roger.
Los momentos de comedia son muy de la época, por lo que en su mayoría han quedado notablemente desfasados, aunque las ocurrencias de Doug tienen siempre cierto humor "atemporal", o aquella escena en la que Roger, ya bastante deformado, es detenido por un joven policía motorizado, que se queda completamente anonadado al ver como el "zombie" saca su placa de policía y se presenta, como si nada. Lo más notable, sin embargo, son los momentos realmente solemnes y melancólicos que inundan el filme, como aquel en el que los dos policías y la joven interpretada por Lindsay Frost están leyendo esquelas en una biblioteca, y de pronto Roger toma conciencia de que está realmente a punto de morir, y que no ha hecho con su vida todo lo que habría deseado.
Por desgracia, el guión está lleno de fallos de estructura incomprensibles, que no sé si achacar a un mal montaje (aunque siendo su realizador un montador con oficio, lo dudo) o simplemente, a que los guiones de este tipo de películas nunca han sido muy coherentes. Así, queda bastante claro que el plan de Laudermilk es vender el secreto de la inmortalidad a una serie de ancianos ricachones, a cambio de grandes sumas de dinero, pero, si esto es así, ¿porque el personaje de McGavin resucita delincuentes y los obliga a robar diversos establecimientos, si pronto va a tener más dinero del que podrá contar? No queda clara la relación entre ambos, porque están indudablemente asociados para vender la inmortalidad y sacar provecho económico de ello, pero, si esto es así, ¿porque Laudermilk deja la pista encriptada en su tumba, que llevará a los policías hasta McNab? Todos estos fallos hacen que la película sea muy inverosimil.
Así, nos queda un filme netamente ochentero, con todos los defectos (y virtudes) que ello conlleva, unos actores que están por encima de lo esperado en estas películas de serie B (lástima del desaprovechamiento de Price, en uno de sus últimos papeles) pero que, pese a todo, puede ser contemplada con indulgencia, con una media sonrisa de complicidad. Al fin y al cabo estamos ante un producto "palomitero" de la época, con tiros, zombies, explosiones, humor "ochentero", caras conocidas y una trama no del todo ridícula. Sobre todo, perfectamente disfrutable, sin llegar a tomarse en serio a si misma, pero sin caer en la auto parodia tipo Scary Movie, siendo un producto de su época que se puede disfrutar todavía hoy en día sin demasiados complejos.

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