domingo, 16 de septiembre de 2007
Al final de la escalera
Al final de la escalera es, quizás, una de las últimas obras maestras del género de casas encantadas. Una de sus últimas películas dignas, capaz de aterrorizar simplemente con una pelotita roja y blanca bajando por unas escaleras... porque nosotros sabemos que esa pelota no debe, no puede estar ahí.
Dirigida en 1981 por el desconocidísimo Peter Medak, un irector que ha resultado ser bastante camaleónico, la historia que se nos cuenta es la de John Rusell (George C Scott, maravilloso) un maduro compositor de piano que, en el prólogo, durante las vacaciones, pierde en un aparatoso accidente a su esposa y a su hija. Meses después, acepta una plaza como profesor de música en Estados Unidos, y se muda a casa de unos amigos, mientras busca una casa que alquilar. Encontrará una finalmente, una enorme y abandonada llena de habitaciones vacias, algunas cerradas y tapiadas... pronto, John comenzará a oír y ver cosas: un ruido como de golpes, a la misma hora todas las mañanas, gemidos, quejidos... el grifo de la bañera se abre solo, y John cree entrever un día, el rostro de un niño hundido en ella.
Asustado, con ayuda de la mujer que le vendió la casa, Clare, decide iniciar una investigación. Descubre primero que los archivos sobre la casa están incompletos, y que a principios del siglo XX, en la casa vivían los poderosos Carmichael, cuyo último descendiente es un importante senador del estado actualmente. John celebra una sesión de espiritismo en la que el espíritu de un niño de cinco años llamado "Joseph Carmichael" le pide su ayuda. Poco después, John sigue la pista de los Carmichael hasta una de sus antiguas casas, donde la mujer que la habita asegura que su hija ha visto repetidas veces el espíritu de un niño pequeño. John abre el suelo de la habitación y descubre un pozo donde hay enterrados unos huesos infantiles y una medallita con el nombre de Joseph Carmichael. Una intriga de proporciones políticas, olvidada décadas antes, empieza a despertar, y el alma en pena de un niño exige justicia...
Lo más inteligente de esta película es que el ser que habita la casa no es una entidad maligna, ni siquiera vengativa, es solo el alma de un niño que no puede descansar por un antiguo crimen que ni siquiera se conoce. Lo que no impide que, en sus apariciones (en la bañera, su voz durante la sesión de espiritismo, o la aparición de su vieja silla de ruedas bajando por las escaleras) consiga provocar auténticos escalofríos al espectador.
George C. Scott está magnífico en el papel del torturado músico que ha perdido a su mujer y a su hija, y se encuentra, de alguna forma, con un espíritu afin al suyo, un niño que no puede descansar en paz. Su obsesión por averiguar la verdad durante toda la película está muy bien llevada, no hay nada que chirrie: actúa como actuaría una persona real si descubriese lo que él descubre. Melvyn Dougas está espléndido como ese anciano decrépito, en sus últimos días de gloria, pero todavía muy poderoso, también es un alma torturada que intuye que se cometió una injusticia en el pasado, pero que se niega a averiguar la verdad por miedo a que esa verdad le quite todo su poder.
Una extraordinaria película de fantasmas bien rodada y con grandes actuaciones que se recordarán mucho tiempo después de apretar el stop. Al final se sabrá todo, el porqué de los golpes, el porqué de la importancia del agua en la película... al espectador dejo el gran placer de descubrir por si mismo la intriga. Imprescindible.
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