sábado, 15 de septiembre de 2007
El diablo sobre ruedas
La primera película de Steven Spielberg, que le lanzó a la fuma, iba a ser en principio, una simple película para televisión sin más relevancia. Pero los productores, al comprobar el espléndido estilo con el que Spielberg estaba pergreñando el trabajo, decidieron alargar un poco el presupuesto para que el director rodase algunas escenas que permitiesen a la película tener suficiente metraje para acceder a salas de cine. El resultado lo conocemos todos, y hoy en día la película es una obra maestra, modesta, pero modélica.
Nos encontramos en la carretera, a bordo de un coche conducido por un viajante de clase media llamado David Mann. Se nos dan unos pocos detalles de su personalidad, débil, cobarde, dominado por su mujer (en mi casa no mando yo, murmura en una ocasión, tras pedir disculpas por teléfono a su esposa, por una discusión anterior). Un ser pusilánime y acobardado ante la vida. Y de pronto, aparece en la carretera el viejo camión. Un enorme camión de transporte desvencijado, cubierto de polvo, que asediará a nuestro protagonista en una odisea de horror.
Nunca veremos al conductor del camión, solo un brazo peludo asomando por la ventanilla del camión. Eso será todo lo que conozcamos de un ser evidentemente sobrenatural, que tanto podría ser el mismísimo Diablo como una manifestación de los temores del protagonista.
En toda la película, David Mann muestra un comportamiento más que cobarde, infantil. Busca estúpidas justificaciones para la persecución que sufre, incluso se culpa a si mismo, creyendo haber hecho algo que haya irritado al conductor. Le deja pasar adelantarle, se esconde de él, reduce la velocidad, incapaz de enfrentarse a una situación de tensión. Y cuando lo hace, creyendo haber identificado al conductor en un bar de carretera, pues el camión se halla fuera, hace el ridículo de la manera más espantosa y recibe una paliza por acusar al hombre equivocado.
De nuevo en la carretera, la persecución continúa y la situación seguirá creciendo en tensión, hasta un punto prácticamente insoportable, tanto para el protagonista como para el espectador, hasta el final (muy similar al de su siguiente película, Tiburón).
En resumen, tenemos al hombre frente a la máquina: David Mann representa claramente un prototipo de persona (David, como el hombre que venció al gigante Goliath, y Mann, aunque escrito con dos enes, es inequivocamente hombre en inglés). Un hombre que solo podrá librarse de la angustiosa pesadilla en la que se ha visto envuelto sin comer ni beberlo, cuando se comporte de forma adulta y haga frente a sus responsabilidades.
El joven Spielberg supo plasmar perfectamente el terror el hombre ante lo desconocido en esta brillante ópera prima que le abrió las puertas de Hollywood y le consiguió la fama que le permitiría dirigir su siguiente película, Tiburón. El resto, ya es historia.
En cualquier caso, una película corta, intensa y que no pierde el tiempo en rellenar su metraje con escenas innecesarias. No hay ni un solo plano que sobre. El film es practicamente mudo, salvo por un par de conversaciones y por los pensameintos del protagonista, que solo nosotros oiremos y que conforme avance la película, serán cada vez más desquiciados. Imprescindible.
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